D.d.M.: ARGENTINA-FRANCIA, eterno resplandor de una final para el recuerdo
A un mes de habernos subido a lo más alto y seguir allí, más templados y sin vértigo, mirando desde arriba y de frente la Historia como Campeones del Mundo, damos cierre a este diario. Volvemos a ese día glorioso y más atrás aún, para cerrar un ciclo mundialista que tuvo el éxito pero también el espinoso camino de espera de 36 años que terminó, y el Sol de la bandera nacional volvió a brillar sobre la Copa.
Decidimos creer
En el 86 tuvimos el gol de todos los tiempos; en el 22 la final de todos los tiempos. También, en ambas consagraciones, fuimos guiados por el jugador de todos los tiempos, que no es una única persona sino un espíritu nacional, que se hizo cuerpo en Diego, lo fue abandonando y, luego de la desaparición física del Astro de Fiorito, tomó definitivamente la figura de Lionel Andrés Messi. Dicen que la Pulga ya no está bajo la sombra de Maradona; ahora brillan bajo el mismo cielo que les pertenece.
Esta categoría trascendental, el Futbolista de Todos los Tiempos (FTT), como tal debe entenderse más allá de la razón y más cerca de las fuerzas misteriosas que animan la existencia, que a través del fútbol nos lleva a nosotros argentinos a una experiencia religiosa. Furiosas las cábalas, las coincidencias y correspondencias que nos hacían combinar datos y presentimientos para aferrarnos a lo que debíamos esperar que sucediera. Y sucedió.
Seremos lo que debamos ser
Claro, todo se convierte en providencial después del resultado final. El diario del lunes se agotó con el partido explosivo del domingo. Cada jugada, momento, gesto, declaración, signo, error toma sentido. Messi, el héroe trágico, el que se sacrificaba en las derrotas, en los fracasos señeros, sabía eso de que el fútbol da revancha. Es un acontecer de muerte y resurrección que en Argentina presenciamos en los Elegidos. Diego, de levantar la del Mundo en México ser ultrajado en Italia a “me cortaron las piernas” en USA. Lionel, desde un largo derrotero que tocó fondo con su renuncia a la selección hasta el summum de los 3 últimos títulos con la selección nacional. Paso a paso, el 10 ya estaba atravesando su tránsito al héroe épico. Además, había sido un genio y obrado con la humildad, ética del trabajo y la conducta del Bien en toda una carrera que merecía su recompensa. El desarrollo del partido contra Francia significó la resistencia al triunfo de lo inevitable. Dos fuerzas se enfrentaban y lo que debía suceder contra todos los imponderables del destino (a.k.a. Mbappé) sucedió: la tercera estrella. Así, todos fueron partícipes necesarios, desde Scaloni, Di María, Messi y el Dibu con sus protagónicos imbatibles.
Qatar fue una fiesta. Y antes del final, la Final, una contienda preparada por los Dioses. Nunca antes merecimos el goce como provecho del sufrimiento. Nunca la Justicia, díscola en el fútbol, estuvo tan inclinada en el lado correcto y, como un funámbulo por la cuerda floja, a punto de caer en el error. “Que gane el mejor” es una frase hecha que en sí misma guarda la trampa, el engaño de saber que la victoria, el fin en sí mismo, termina haciendo al mejor y no los medios con los que se llega a esta. Después, el que pierde siempre es el que tiene explicaciones para decirnos quién fue el mejor. Pero, qué partido de la Selección para impartir el Orden de la Bello y lo Justo en un campo de juego: la Verdad futbolística. Nunca antes (al menos ante mis ojos) un país tan bien representado, su idiosincrasia, en este deporte.
Quisimos demostrar en este Diario que el sentimiento argentino -la estructura de sentimientos, como diría Raymond Williams- se pinta de lo más extremista en el fútbol. El partido tuvo esos picos pero no fue una montaña rusa, como aparentó su dramatismo. Hubo un desarrollo constante, una sinfonía, una línea argumental por momentos casi ininterrumpida de dominación del partido en todas sus facetas por parte de la Scaloneta. Tal fue el reconocimiento de Deschamps. Una clase de fútbol argentino. Que no pudo contener el peligro llamado Mbappé, el elemento constante y disruptivo de ellos; un equipo de jugadas y con solo dos les alcanzó para forzar los penales.
Y así fue como el encuentro agonístico derivó en un éxtasis popular que hizo diluviar las calles de festejos. Quienes lo vivimos lo contaremos. ¿Estábamos preparados para esto? ¿Por qué insistimos en algo predeterminado, en un destino, en la altura espiritual de este juego? Por un lado, por la vitalidad de una épica que necesitan los pueblos para consolidar su identidad, como elemento de cohesión social, que el Mundial pone en un duelo supremo. Pero por otro, y más profundo, porque el fútbol nos arrastra a una experiencia religiosa, aquí en Argentina, con cada centro de idolatría y adoración particular pero siempre con los mismos ritos. La obtención de este certamen estuvo acompañada, como señalamos, de la danza de cábalas y costumbres que quienes vivieron la obtención de otro mundial aseguran que no tuvo parangón con esta oportunidad. El folklore criollo, en su veta irracional más celebratoria y oracular, afloró por todos los poros; se estampó en tatuajes insólitos, improvisados e increíbles, tomó la cúpula del Obelisco, desperdigó promesas alocadas.
Todas esas creencias y pasiones que depositamos en el fútbol nos permitieron ascender a lo más alto. Algunos se cayeron. Después de ver el festejo de toda una nación, como comentó Klopp, no había duda que la copa fue al país que se la merecía. Parecía, también, que como muy pocas veces Argentina era el equipo favorito desde el sentimiento para muchas regiones del mundo, algo que excedía al efecto Messi pero no puede explicarse sin este. En cada partido fuimos locales, el aliento fue otro de los credos que vinimos a traer a estos escenarios, una prueba soberbia cada cuatro años, para mostrar a todo el mundo.
En medio del desierto del medio oriente, donde los gobiernos suelen ser monarquías tremendas sobre gente muy devota y pobre, el lujo se vuelve vulgaridad y la conquista del trofeo mundial una picardía de gauchos. En mi caso fui testigo de los penales con una confianza inusitada en el destino que estaba en manos del Dibu. Como las tandas anteriores, me puse inclinado a la pantalla, entre medio perfil y media espalda. Quería ver y no ver, ser espectador y no vidente del acontecimiento ya signado. Luego la borrachera de felicidad, la más grande celebración que tomó mi cuerpo, desde el Parque Centenario hasta el Obelisco. Salir campeón del mundo cuesta describirlo con palabras. Pero supongamos que es como si todos cumpliéramos años a la vez. El festejo explota cuando se cumple el segundo en que la gloria nace y nos baña a todos. Se festeja lo conseguido y se lo siente en el cuerpo como una experiencia trascendente que se vivió al límite. Ya pasó y no seremos los mismos, motivo de adoración y recuerdo para siempre.
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