En la primera entrega de este diario intentamos digerir la zozobra y el anonadamiento de una derrota tan insólita como significativa en el debut mundialista de la selección. Esas palabras se escribían ante el temor a ciertos fantasmas de decepciones y frustraciones que asolaban nuestras esperanzas en Qatar. Pero otra entidad parece tomar forma de cara a estas instancias de semi; un espíritu de épica que insulfó el equipo y se manifestó en nuestro líder de forma más radiante. ¿Lo ha animado el insurrecto y resurrecto Maradona que llamamos después de Arabia? El partido del 10 entra en una mística pura de Héroe como nunca antes. A partir de él, todos los elementos humanos y anímicos que conforman esta Scaloneta, jugadores sobre todo y también cuerpo técnico, han sido guiados a esta victoria asentada en una fuerza colectiva, no en la irrupción mesiánica, porque aquí las virtudes personales se potenciaron en el todo en una síntesis perfecta del desarrollo de la selección en este campeonato. Qué decir del soberbio Otamendi, del desquiciado Dibu Martínez, del maquinista De paul y sus nuevos socios imprescindibles en precisión, orden y juego como Enzo y Alexis. El planteo del DT brilló sobre el vetusto Van Gaal y un esquema de pocos recursos. Dos laterales, desprendimientos y penetración en la defensa con la pelota al pie y un genio que flota. Cuando hubo que jugar, el equipo apareció; cuando se nos pusieron en contra y se picó, la banda saltó; ganamos con la nuestra, actitud, y buen trato del balón.
Llegar a los penales fue un exceso. Era necesario e innecesario atravesar estos picos dramáticos. Tanto agotamiento de la disputa con los holandeses se compensa con un temple fortalecido, tanto sufrimiento explota en el goce que libera y por un rato nos hace levitar. Pero hay que estar con los pies en el piso y la cabeza alta, alejada de las nubes. También decíamos, en la última crónica con Australia, que precisamos más frialdad para definir los partidos. El corazón caliente se encendió con un equipo que salió airoso de los momentos emotivos más críticos. Después del empate, no se resignó el juego y fue admirable la búsqueda del gol que, por diferentes medios y recursos, estuvo a punto de caer. Lo único que pudo entrar en la zona del reproche fue regalarle la pelota con tan buen medio, renovado con cambios, a unos Países Bajos mezquinos que nos peloteaban apenas pasaban la mitad de cancha.
Quien escribe fue conducido por el éxtasis de la victoria al Obelisco. Las descargas del cielo bañaron la locura del festejo de un pueblo con hambre de gloria, ya demasiado joven para los viejos laureles que son su devoción. Quedan dos pruebas más para la conquista del desierto.
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